A mí que me lo expliquen. ¿Los meteoritos no llegan del cielo -ni siquiera son de este planeta-, no son cuerpos que sólo los astrofísicos conocen y que caen donde su órbita tiene a bien llevarlos? Pues si cayó un meteorito hace 50.000 años de años en medio del desierto de Arizona, si dejó un cráter de un kilómetro -impresionante por cierto-, ¿por qué demonios tengo que pagar para verlo? Pues en Estados Unidos, en este país donde todo tiene un precio, donde te hacen vender pedacitos de tu dignidad para poder disfrutar de un fenómeno natural como éste, tienes que apoquinar: 15 dólares por cada adulto, con descuentos para la tercera edad y gratis para niños de 0 a 5 años.
Oh, qué generosidad, te sale gratis cuando tu memoria, ni siquiera consciente, sólo retiene traumas y bochornos, y más barato cuando tus neuronas pueden haberse oxidado. Qué encantador. Señor Armentia, si es tan amable, explíquemelo, que a mí esto me parece más enigmático que las psicofonías-cacofonías del palacio de Linares. En fin. El caso es que la jornada de ayer comenzó en Holbrook, otro pueblo insulso y quemado por el sol -como en aquella película de Mikhalkov-, del desierto de Arizona, que final y afortunadamente hemos dejado atrás. Mientras conducía por esas llanuras polvorientas, desnudas de vegetación, he pensado en la fortaleza física y mental de los pueblos nómadas del desierto. Después he pensado un poco más y he caído en la cuenta de que el paisaje en el que nacemos termina por convertirse en una prolongación de nuestros genes. No creo que pase nada si con sólo unos meses te llevan con una tribu tuareg. Pero que no lo hagan cuando tienes 32 años, aunque hayas vivido toda tu vida en una tienda de campaña en medio de los Pirineos.
Sin quererlo, nos hemos topado con el cartel del Cráter Barringer, así que nos hemos desviado unas 40 millas para verlo. Como en toda atracción yanqui de pago, tratan de ofrecerte cosas suplementarias. Alrededor del cráter de Arizona han levantado una fortaleza, como ha definido Arantxa, que es un museo, de esos con maquinitas, vídeos, esquemas muy claritos y efectos especiales para atraer la atención del adolescente más ensimismado. Nada más entrar en el castillo, un señor de mediana edad al que han ridiculizado con un uniforme de pantalones cortos, nos ha invitado a ver una película. «Sólo queremos ver el cráter», le hemos dicho. A mí me han entrado ganas de añadir: «Lee-mis- la-bios».
Después de 10 minutos de oh, ah, uh, y de reflexiones tan absurdas como, «¿le caería a alguien en medio de su cabezota?», nos hemos puesto rumbo al Gran Cañón. Camino de esta barbaridad de la naturaleza, un espectáculo que todo el mundo debería ver al menos una vez en la vida, con sus 1,2 km de caída, con toda esa erosión provocada por el río Colorado, por la lluvia y el viento; un lugar tan extraordinario que no parece de este planeta, hemos parado Flagstraff, otro pueblo de la Ruta, boyante por su proximidad con el Gran Cañón, limpio y con una buena tienda de instrumentos en la que hemos pasado casi una hora.
Buenas reflexiones :)
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