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lunes, 21 de febrero de 2011

Los Monegros.

Un desierto,un festival,y un posible Las Vegas.



Situada entre Zaragoza y Huesca, a ambas vertientes de la Sierra de Alcubierre, la comarca de los Monegros (Montes Negros), también conocida como el desierto de Los Monegros, posee un ecosistema único en Europa más propio de las estepas orientales.
Su paisaje es desértico en su mayoría, un desierto único en Europa ya que tiene cerros, llanuras y barrancos, pero también está salpicado ríos y por pequeñas balsas de agua salada que se forman a partir del agua de lluvia. No faltan las fragancias de romero y tomillo y los chillones campos de girasoles.
La comarca/desierto de Los Monegros tiene como capital
Sariñena, recostada en una importante laguna donde acuden varias especies de aves migratorias. Es un paisaje básicamente horizontal. El clima puede considerarse como continental árido, caracterizándose por temperaturas anuales extremas (de -10ºC a más de 40ºC), con déficit hídrico superior a los 300 mm y vientos dominantes de gran capacidad desecadora.
Este clima semiárido, con escasas precipitaciones y altas temperaturas estivales, son las señas de identidad de un territorio con apariencia variable según la época del año en que lo visitemos; así, mientras en primavera las grandes extensiones cultivadas ofrecen a nuestra vista el aspecto de una interminable pradera salpicada de amapolas, es en verano cuando un paisaje dominado por todas las gamas del ocre al blanco, con una vegetación de tonos oscuros, puede presentar en muchos de sus rincones el aspecto de un verdadero desierto. Su paisaje rezuma soledad e infinitud.
Abril y Mayo son los mejores meses para dormir al raso en el desierto de
Los Monegros, con las estrellas como techo y la agradable compañía del silencio, sensaciones inolvidables para el viajero.









































































































Treinta y dos casinos, doscientos hoteles, varios campos de golf, un hipódromo. Vaya, vaya. Y todo esto, en mitad del desierto, como está mandado. No me extraña que ésta fuese una de las noticias más vistas en elpaís.com. Yo misma, en cuanto que lectora digital, tuve que clickear varias veces la noticia para creer porque, en estos tiempos preelectorales en que los políticos hacen carreras para ver cuál gana el premio a la concienciación ecológica y hablan de desarrollo sostenible, no deja de ser paradójica tanta unanimidad en una intervención tan brutal. Al leer la noticia sentí el asombro porque fuera la primera vez que oía hablar de este Living Monegros, y también un alivio gustoso por saber que las cosas van a ocurrir en otra comunidad. Eso permite la mezquina alegría de contemplar el asunto como espectador y no tener que ejercer el incómodo papel de aguafiestas. Pero, ay, si fuera de allí. Si fuera de allí me quemaría la sangre el entusiasmo generalizado, esa felicidad que no permite la disensión. Si fuera de allí, ya habría preguntado cómo llevarán el agua y la energía para surtir semejante emporio o si es que van a ser los primeros casinos alimentados por energía solar; si fuera de allí, me plantearía si el modelo de turista que generan estos macrobingos es el más interesante para un país europeo y, más aún, si se puede competir con Las Vegas, que aun siendo una fantástica horterada tiene en su honor la capitalidad del kitsch, algo que sólo parecen poder conseguir los americanos; si de allí fuera, creo que hubiera dicho que defender un proyecto de estas características esgrimiendo como razón principal el trabajo de nuestras gentes es tramposo y discutible. O no, o me hubiera callado, porque ir contracorriente frente a la alegría popular acompleja y aísla. En los mismos días en que se anunciaba esta ciudad del futuro en Bali tenía lugar la cumbre del clima (soy una amante de las coincidencias).

martes, 21 de diciembre de 2010

¿Pero quién tiró el meteorito?






















A mí que me lo expliquen. ¿Los meteoritos no llegan del cielo -ni siquiera son de este planeta-, no son cuerpos que sólo los astrofísicos conocen y que caen donde su órbita tiene a bien llevarlos? Pues si cayó un meteorito hace 50.000 años de años en medio del desierto de Arizona, si dejó un cráter de un kilómetro -impresionante por cierto-, ¿por qué demonios tengo que pagar para verlo? Pues en Estados Unidos, en este país donde todo tiene un precio, donde te hacen vender pedacitos de tu dignidad para poder disfrutar de un fenómeno natural como éste, tienes que apoquinar: 15 dólares por cada adulto, con descuentos para la tercera edad y gratis para niños de 0 a 5 años.





















Oh, qué generosidad, te sale gratis cuando tu memoria, ni siquiera consciente, sólo retiene traumas y bochornos, y más barato cuando tus neuronas pueden haberse oxidado. Qué encantador. Señor Armentia, si es tan amable, explíquemelo, que a mí esto me parece más enigmático que las psicofonías-cacofonías del palacio de Linares. En fin. El caso es que la jornada de ayer comenzó en Holbrook, otro pueblo insulso y quemado por el sol -como en aquella película de Mikhalkov-, del desierto de Arizona, que final y afortunadamente hemos dejado atrás. Mientras conducía por esas llanuras polvorientas, desnudas de vegetación, he pensado en la fortaleza física y mental de los pueblos nómadas del desierto. Después he pensado un poco más y he caído en la cuenta de que el paisaje en el que nacemos termina por convertirse en una prolongación de nuestros genes. No creo que pase nada si con sólo unos meses te llevan con una tribu tuareg. Pero que no lo hagan cuando tienes 32 años, aunque hayas vivido toda tu vida en una tienda de campaña en medio de los Pirineos.






















Sin quererlo, nos hemos topado con el cartel del Cráter Barringer, así que nos hemos desviado unas 40 millas para verlo. Como en toda atracción yanqui de pago, tratan de ofrecerte cosas suplementarias. Alrededor del cráter de Arizona han levantado una fortaleza, como ha definido Arantxa, que es un museo, de esos con maquinitas, vídeos, esquemas muy claritos y efectos especiales para atraer la atención del adolescente más ensimismado. Nada más entrar en el castillo, un señor de mediana edad al que han ridiculizado con un uniforme de pantalones cortos, nos ha invitado a ver una película. «Sólo queremos ver el cráter», le hemos dicho. A mí me han entrado ganas de añadir: «Lee-mis- la-bios».





















Después de 10 minutos de oh, ah, uh, y de reflexiones tan absurdas como, «¿le caería a alguien en medio de su cabezota?», nos hemos puesto rumbo al Gran Cañón. Camino de esta barbaridad de la naturaleza, un espectáculo que todo el mundo debería ver al menos una vez en la vida, con sus 1,2 km de caída, con toda esa erosión provocada por el río Colorado, por la lluvia y el viento; un lugar tan extraordinario que no parece de este planeta, hemos parado Flagstraff, otro pueblo de la Ruta, boyante por su proximidad con el Gran Cañón, limpio y con una buena tienda de instrumentos en la que hemos pasado casi una hora.

















domingo, 19 de diciembre de 2010

Lo que esconde el desierto de Nevada



















Caliente es un pintoresco pueblo del Oeste americano, uno de los últimos lugares donde repostar gasolina antes de adentrarse en la Highway 375. Esta carretera rodea el Área 51, una zona militar de alto secreto donde el Ejército realiza pruebas de armamento y donde, según la rumorología local inspirada por el secretismo y por el inquietante paisaje de thriller desalmado, el Gobierno y la CIA llevaron a cabo furtivos experimentos con seres de otro planeta.
Por si acaso, y como (casi) todo es posible en EEUU, desde el año 1996 la Highway 375 se llama oficialmente E.T. Highway. O sea, Carretera Extraterrestre.

La estrecha secundaria se extiende en línea recta hacia el lento atardecer, mágica y sedante. En la cuneta, una extraña hilera de botellas de colores se balancea. Son para atraer a los ovnis, y las han colocado aquí los que buscan encontrarse con seres de otros planetas.



















Unos noventa kilómetros más de cáctus y polvo y aparece una casa del Far West que una vez al año abre como sede del Congreso de Ufología. Tras ella surge una ristra de autocaravanas desvencijadas.Es Rachel, el único pueblo de la zona.

Tiene una población de 98 humanos y un número desconocido de aliens (según su pág. web). Aquí, los servicios se reducen a una iglesia, una tienda y un motel llamado A’Le’Inn, donde se puede encontrar una colección de objetos relacionados con los marcianos y pequeñas habitaciones en forma de autocaravanas.

Todo un llamamiento a otras vidas fuera de la tierra.